Un placentero viaje nocturno

Un placentero viaje nocturno
Mis jefes me enviaron a Córdoba capital por un par de días, para supervisar un trabajo en la filial que hacía poco tiempo se había inaugurado allí.
El viaje no me venía nada mal; tenía ganas de salir un poco de la rutina porteña; aunque fuera por apenas un par de días.
Lo malo fue que la secretaria del estudio no pudo gestionar a tiempo un pasaje aéreo y tuve que conformarme con viajar en un ómnibus de larga distancia.
Mi adorado Víctor estaba de viaje también y, precisamente, me reuniría con él en la misma terminal de Córdoba para compartir un café antes de mi regreso a casa.
Mientras me despedía de mi esposo, ya a punto de abordar el micro, observé a un hombre muy apuesto cerca de nosotros. Era un tipo alto, con anchas espaldas y una mirada matadora. El hombre también me miró detenidamente y eso me hizo humedecer levemente. Mala suerte, debería viajar con mi tanga un poco humedecida…
Víctor me dio el beso final y yo subí al micro.
Tuve la sorpresa de verme sentada junto a ese hombre apuesto.
No lo miré demasiado, porque dediqué esos últimos minutos en Córdoba para despedirme de mi esposo a través de la ventanilla.
El viaje era nocturno y los pasajeros bastante escasos. A pesar de que había unos cuantos asientos vacíos; ni ese hombre ni yo amagamos a cambiar de lugar, para estar más cómodos…

Al iniciar el viaje, cerré mis ojos tratando de relajarme y descansar. Un par de horas después desperté y giré mi cabeza; para ver que ese hombre me estaba mirando fijamente.
Le sonreí en la penumbra y él se presentó como Miguel. Empezamos a charlar de varios temas, hasta que de repente, él tomó con su mano mi pierna y la apretó levemente.
No le di mayor importancia; pero mientras conversábamos, volvió a acariciar suavemente mi muslo…
Las luces seguían apagadas y yo me encontraba atrapada entre su enorme cuerpo y la ventanilla. La situación me estaba calentando demasiado. Podía sentir su aliento cerca de mi cara y mi concha continuaba juntando más humedad…
De pronto él abrió un poco las piernas como poniéndose cómodo y su rodilla quedó rozando la mía. Comentó que era casado y me preguntó si mi marido era quien me había despedido en la terminal.
Me llamó la atención esa pregunta, pero le respondí que sí.
Entonces él sonrió y volvió a acariciarme el muslo.
Esta vez bajé mi vista, mirando su mano reposando allí…
Miguel sonrió con picardía, sin retirar su mano de mi muslo…
Susurró que las luces estaban apagadas y eso era ideal para hacer travesuras en un micro con pocos pasajeros…
Ese comentario me puso a mil; para peor, su mano ahora frotaba mi cuerpo mientras intentaba hacerme separar los muslos…
Entonces me dijo que yo debía ser una hembra terrible en la cama.
Le comenté que él no iba a tener oportunidad de averiguarlo; pero entonces sus dedos se deslizaron debajo de mi falda. Había logrado hacerme abrir los muslos; así que enseguida sus traviesos dedos llegaron a mi tanga, con mucha facilidad…
Yo lo miré a los ojos sin saber qué hacer ni qué decir.
El contacto de las yemas de sus dedos sobre mi labia me hizo humedecer del todo. Miguel lo pudo notar enseguida y sonrió en silencio; pero no retiró sus dedos ni siquiera un milímetro…
Me preguntó si me gustaban sus dedos en mi labia y apenas pude asentir con mi cabeza en silencio. De pronto no pude evitar dejar escapar un leve suspiro, cuando sus atrevidos dedos corrieron mi tanga y acariciaron mi clítoris ya inflamado.
Uno de sus dedos pronto se hundió en mi vagina y comenzó un rápido mete y saca. Cerré mis ojos y me abandoné al placer que ese desconocido me estaba provocando.
En menos de dos minutos me hizo acabar y tuvo que taparme la boca con su mano; ya que mis gemidos de gata en celo estaban por convertirse en alaridos de placer.
Miguel continuó pajeándome con un par de dedos, hasta que sintió que yo me tensaba por segunda vez y tenía otro orgasmo; siempre con mi boca amordazada por su gruesa mano.
Cerré mis ojos y él aflojó la presión de su mano en mi boca.
De repente sentí sus dedos manchados con mis fluidos cerca de mis labios. Me obligó a abrir la boca y hundió sus dedos en mi garganta, ordenándome que se los chupara hasta dejarlos limpios.
Mi lengua los recorrió de punta a punta y finalmente él sonrió satisfecho. Intenté cerrar mis muslos; pero Miguel volvió a sumergir su mano entre ellos.
Con la otra mano abrió su bragueta y supe en esa penumbra que había sacado su verga tiesa a tomar aire.
Su traviesa mano abandonó mis muslos y me tomó por la nuca; haciéndome inclinar sobre su regazo.
En plena oscuridad encontré la punta de su verga. Era bastante gruesa y estaba totalmente endurecida; dejando escapar un poco de líquido pre seminal…
Yo no podía dejar de mirarla. Se acercó a mi oído y me susurró que podía tocarla si yo quería. Agregó que nadie nos vería…
La tomé entre mis dedos y la apreté un poco, sintiendo cómo esa cosa enorme latía y crecía un poco más todavía.
Comencé a pajearlo con suavidad y Miguel aflojó su mano sobre mi nuca. Volvió a acercar su boca a mi oído para decirme que yo era muy buena haciendo una paja. Me mojé otra vez.
Después insistió, pidiéndome que se la chupara.
Abrí los labios y mi lengua comenzó a lamer su gruesa cabeza, sorbiendo ese líquido salado. Miguel suspiró con suavidad.
Su aliento cálido sobre mi nuca me calentó todavía más.
Abrí mi boca al máximo y fui engullendo esa maravillosa verga de a poco. La apretaba con mis labios rojos y volvía a sacarla y a meterla hasta el fondo de mi garganta.
Miguel volvió a empujar mi nuca hacia abajo; haciendo que casi me atragantara y sofocara con su pija.
Su sabor salado era embriagador. Comencé a tragarme cada vez más su tronco, a subir y bajar, estaba teniendo un ritmo intenso.
Cuanto más tragaba, más sentía esas cosa enorme latir dentro de mi boca. Estaba enloquecido sintiendo ese sabor y ese olor a macho que me hacían perder la voluntad de mi boca.
En un momento me levanté y le pregunté si le gustaba así.
Por toda respuesta, él volvió a empujar mi cabeza hacia abajo.

Sus dedos inquietos regresaron a mis labios vaginales y, después de comprobar que mi concha seguía empapada, me ordenó que me diera vuelta despacio en el asiento, para presentarle mi cola.
Le dije que su verga era demasiado gruesa y mi vagina iba a sufrir daño, ya que me sentía bastante estrecha, porque hacía rato que no cogía con mi esposo…
Eso pareció convencerlo, así que me dejó continuar con mis mamadas en su verga. Eran cada vez más profundas y más calientes. Sentía su presión en mi nuca y eso me provocaba cierto sentimiento de sumisión a ese macho tan viril.
El ritmo era enloquecedor, no tenía casi tiempo para tragarme la saliva. Esa pija latía tanto que parecía que iba a explotar, así que seguí disfrutando de ese tronco tan duro y carnoso.
Miguel empujó mi nuca y aceleró mis movimientos de mete y saca. En un momento dejó de apretarme el cuello y desaceleró su ritmo y embestidas. De repente sentí que un chorro de semen hirviente chocaba contra mi paladar. Tragué todo ese líquido salado sin desperdiciar una sola gota.
Me incorporé y lo miré a los ojos, pasando la lengua por mis labios.
Miguel tenía una expresión relajada en su varonil rostro.
Me dijo que le había encantado mi técnica para chupar una pija y que lo había disfrutado muchísimo. Agregó que mi boca era muy cálida y jugosa; igual que mi concha…
Miguel cerró sus ojos y yo giré de costado hacia la ventanilla. Un par de horas después me despertó un intenso ardor en mi vagina. Quise girar mi cuerpo; pero Miguel me tenía aferrada por las caderas. Sentí que mi tanga estaba a la altura de mis rodillas y mi falda levantada hasta mi cintura.
Lo peor de todo, es que la cabeza de su gruesa verga estaba enterrada en entre mis labios vaginales. El ardor era cada vez más insoportable y traté de zafar de sus garras. Pero él empujó el peso de su cuerpo sobre el mío y me penetró más profundo, mientras su mano volvía a tapar mi boca…
Una vez que su pija estuvo enterrada a fondo; comenzó a bombearme con suavidad, mientras mi vagina se iba dilatando para aceptar ese tremendo grosor.
Comencé a girar sobre esa verga invasora, aunque sentía más dolor que placer. Realmente el tipo la tenía muy gruesa.
Aunque quisiera no podía evitar que ese hombre me cogiera; mi cuerpo estaba dolorido; pero mi mente pedía a gritos que no se detuviera. Yo no tenía la voluntad necesaria para pararlo.
En ocasiones yo dejaba de empujar mi cuerpo sobre su pija; pero entonces Miguel me sujetaba la nuca con su mano y su pelvis empujaba hacia arriba directamente, cogiéndome sin piedad…
Y me volvió a susurrar, diciéndome que ya había disfrutado de mi concha caliente y húmeda, ahora quería metérmela por la cola…
Sus palabras no hicieron más que calentar mi cabeza y casi por un momento estuve a punto de acceder; pero enseguida supe que no soportaría el dolor y entonces ni siquiera con una mordaza podría apagar mis alaridos y aullidos.
Le dije que prefería seguir sintiendo su pija en mi vagina y él lo aceptó; dándome un par de empujones a fondo, que realmente me hicieron doler un poco.
Unos minutos después sentí que él se quedaba quieto, aferrando mis caderas y enseguida un torrente de semen hirviente invadió mi vagina. Se salió muy despacio y sonrió satisfecho.
Media hora más tarde el ómnibus se detuvo en la terminal de una ciudad intermedia y varios pasajeros descendimos. Yo me encerré en el baño y me quité la tanga empapada. Metí un par de dedos en mi desesperada concha y me masturbé hasta acabar, ya que Miguel no me había dado tiempo suficiente como para lograr mi propio orgasmo…
Ya más cómoda sin mi tanga, volví a abordar el ómnibus; pensando que ahora Miguel podría seguir cogiéndome sin hacer tanto malabarismo con mi ropa.
Pero Miguel no estaba en su asiento junto al mío cuando el micro se puso en movimiento. Miré por la ventanilla y lo vi ahí parado, saludándome a manera de despedida.
No importa; me dije a mi misma… el tipo ya cumplió su función.
Recliné mi asiento, cerré mis ojos y abrí bien mis muslos. En plena oscuridad, volví a zambullir mis dedos entre mis labia dilatada.
Todavía tenía por delante unas cuantas horas para llegar a c

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