Si algo va a salir mal, invariablemente saldr&aacu

Ben Esra telefonda seni bosaltmami ister misin?
Telefon Numaram: 00237 8000 92 32

Si algo va a salir mal, invariablemente saldr&aacu

Antes de conocer a mi actual marido y obviamente, de casarme, hubieron dos tipos que recuerdo mucho.
Uno, mi primer noviecito en serio. Digo “en serio” porque con él experimentamos nuestros primeros pasos en el sexo.
Pasado un tiempo, éramos más amigos que novios y los contactos se hacían cada vez más monótonos, casi aburridos, quizás por la inexperiencia o por su falta de interés cada vez mayor.
Claro, él ya había conocido otras chicas y me imagino que tenía que repartir su “cariño”, así que yo tenía que esperar mi turno y dedicarme a satisfacerme por mi misma mientras tanto.
Transcurrido un tiempito, como es de esperarse, me harté de estar pendiente de él.
No es que anduve por ahí buscando algo más, pero estaba dispuesta para el cambio. Y esa situación aconteció meses después en medio del cumpleaños de una amiga, quien me presentó a su primo, bastante mayor que yo, pero era el único “soltero” en esa fiesta.
Durante la cena hablamos mucho (ni me acuerdo sobre qué), pero presentí que era una buena oportunidad, tanto que cuando se ofreció para llevarme a casa, no dudé en aceptar.
Lidia, mi amiga, me dijo al oído antes de que nos fuéramos: “Ojo con mi primito…es muy mano larga y si das un paseo con él no se dónde van a ir a parar, así que preparate”. Y me hizo un guiño cómplice.
El asunto es que salimos y dimos unas vueltas por ahí charlando de pavadas, tales como “¿Tenés novio?” “¿Porqué no vino con vos?”, justo lo que yo no quería escuchar.
A decir verdad, yo esperaba que me “atacara” más directamente, pero tardó bastante en poner su mano sobre mi rodilla y mencionar que mis piernas le gustaban y que durante la fiesta había estado observándolas. Le dí las gracias sin darle importancia aparente a su primer caricia.
Retiró su mano para hacer un cambio, pero la volvió a posar sobre mi pierna, solo que esta vez un poco más arriba, y moviéndola suavemente me preguntó si eso me m*****aba. Lo miré a los ojos un instante, pero no le contesté.
Recién en ese momento me percaté de que habíamos tomado por un camino que no era el de mi casa e íbamos muy lentamente. De lo que sí me dí cuenta es que su mano había subido por mi muslo y su dedo meñique peleaba con el elástico de mi bombacha.
Entreabrí mis piernas disimuladamente y mi respiración se agitó cuando sus dedos al fin alcanzaron su objetivo, abriéndose paso entre mis labios, humedeciéndolos con mis propios jugos y dándome un masaje circular sobre el clítoris.
Frenó el auto de repente, acercamos nuestras caras y lo besé desesperadamente…y aprovechó para introducirme su dedo mayor, jugando con el en mi interior. Desprendió su pantalón y tomándome la mano derecha, me la llevó hacia su abultado slip.
Sin dejar de besarlo, metí mi mano y mi sorpresa fue…sí, como eso que estaba tocando. Una cosa es que las chicas comenten que el fulano o el mengano tienen algo “importante”…Otra es tenerla en la mano.
Empujó suavemente mi cabeza hacia su entrepierna. Lamí apenas la puntita y me levanté despacio diciéndole que no era el lugar apropiado. Me moría de ganas, pero estábamos enredados, incómodos, y además cada tanto pasaba un auto iluminándonos. No sé si se veía algo, pero me daba pudor estar ahí y oír las bocinas y los gritos de los demás…
“Tenés razón”, dijo. Salimos aceleradamente y llegamos a una casita. Golpeó la puerta y nos atendió un chico. Cruzaron una mirada y entonces menciono que justo tenía que salir, pero que lo esperáramos si queríamos. Darío le dio las llaves del auto y el chico, que era su hermano, desapareció como por arte de magia.
Al cerrar la puerta, me llevó en andas hasta el dormitorio y dejándome en la cama, me desprendió las sandalias primero…y me sacó la bombachita de inmediato.
En tanto el se quitaba la ropa, me saqué el vestido sentada en el borde de la cama. Al terminar de hacerlo pasar sobre mi cabeza, me encontré a Darío parado frente a mí, con toda su “hombría” a centímetros de mi cara.
Me m*****ó que me tomara con sus manos bruscamente para acercármela a la boca. Tenía ganas de hacerlo y lo hubiera hecho con muchísimas más ganas si obviaba esa actitud grosera.
Igual lo hice, aunque un poco ofuscada, lamiéndola de abajo a arriba, acariciándola y metiéndola en mi boca con ritmo acompasado, pero cada vez que me alejaba un poquito, él presionaba mi cabeza con sus manos nuevamente.
Me retiré como pude y le pedí que se acostara, para hacerlo más cómodamente. Se tendió al borde de la cama, con los pies en el suelo y cuando quise acomodarme para un “69”, no lo aceptó. Pregunté si no era de su agrado intercambiar caricias orales. No me respondió y sí en cambio, me mandó a arrodillar entre sus piernas.
Es cierto que yo estaba muy caliente, pero también “caliente” por su machismo pelotudo. No obstante, ya que estaba ahí y pensando en todo lo que vendría después, continué con mi tarea olvidando mi enojo.
De la mejor manera posible que yo conocía, lo acaricié, lo lamí, y lo masturbé con mi boca hasta sentir cómo acababa. Otro problema: Se ofendió porque no tragué su semen. No lo hice porque no me gusta. Una vez lo intenté y terminé vomitando y no volví a hacerlo nunca más, nunca.
Me senté en la cama casi llorando de rabia. Me abrazó para consolarme y tumbándome sobre él, comenzó a besarme y lamer mis labios, mi cara. “¿Ves?, no tiene nada de malo o feo” dijo y siguió besándome, embadurnándonos.
Sus manos comenzaron a acariciar mi cola y mi pubis y sin dejar de besarme, metió sus dedos en mi vagina…mi excitación pudo más que mi bronca. Con respiración agitada, respondí a sus caricias con las mías y con cada movimiento de mi mano lo sentía endurecerse nuevamente.
Segundos más tarde, me corrió a un lado y ni lerda ni perezosa me recosté con las piernas abiertas, dispuesta a sentir el ansiado placer…Pero no: Me hizo girar boca abajo. Se acercó suavemente y besándome la nuca y la espalda acariciaba mi vulva con su pene, haciéndome estremecer.
Me cuesta traducir en palabras la sensación que experimenté al sentir cómo me lo introducía y como me arquée para facilitarlo…Mi pelvis seguía acompasadamente sus movimientos y entré en un estado de éxtasis, al borde del orgasmo.
Entonces realizó un movimiento y acercó una almohada, indicándome que la usara de apoyo para mis caderas. La ubiqué donde debía y casi estuve a punto de rogar que no se detuviera más, por ningún motivo…
Todo mal…
Cuando creí que todo estaba perfecto y el final esperado se acercaba…apoyó la cabeza de su pija en mi ano y con un empellón pretendía meterla, mientras repetía “¡Ahora te voy a hacer felíz! ¡Vas a ver lo que se siente tener un macho como yo!”
Intenté salir de esa posición, pero su peso y mis manos sujetas me lo impidieron, pero cuando hizo su segundo intento, el dolor indescriptible que sentí me llevó a gritar y retorcerme hasta zafar de su prisión…Todo el malestar, la rabia, la bronca de algunos momentos antes regresaron multiplicados.
Creo que de verdad se asustó, porque trató de calmarme con palabras dulces, pidiendo disculpas, rogándome que lo dejara abrazarme…prometiendo no obligarme a hacer nada que yo no quisiera.
“¡De ninguna manera!”, le respondí…y no sé cuántos insultos salieron de mi boca seguidamente. Busqué mi ropa, me vestí y salí corriendo con las sandalias en la mano…
Tuve que caminar (correr, trotar) muchas cuadras para llegar a mi casa, a la seguridad de mi habitación. Aterrorizada como estaba, solo atiné a ir al baño y quedarme bajo la ducha más de cuarenta minutos, acurrucada, sentada en el piso.
Cuando recobré la cordura y me tranquilicé un poco, terminé de bañarme enjabonándome tres veces, como si el jabón pudiera lavar el mal momento pasado.
Ya acostada, tardé una eternidad en quedarme dormida. Mi mamá me despertó (nunca necesitaba hacerlo) casi sobre la hora de ir a la facultad, angustiada, imaginando alguna enfermedad. La tranquilicé mintiendo sobre que había tomado unas cervezas de más, pero que ya estaba recompuesta.
Cumplí con mis actividades diarias de manera automática: Mi mente no lograba despejarse del todo y así pasé la mañana y la tarde.
Acostada en mi cama, decidí no dejar que esa mala experiencia me siguiera afectando. Siempre disfruté del sexo y no dejaría que eso cambiara.
Con esa idea en la cabeza, me desnudé y saturé con mi perfume predilecto. Delicadamente inicié el rito sagrado de obtener placer por mi misma, recorriendo y reconociendo con mis manos cada parte de mi cuerpo, en especial aquellas de mayor sensibilidad.
Humedeciendo los dedos de ambas manos, con unos acariciaba mis pezones y con los otros…fui al encuentro de mi centro máximo de sensaciones, comenzado por mi clítoris.
Aumenté el volumen de la música y entonces sí: Con dos dedos dentro de mi vagina y el pulgar estimulándome el botoncito glorioso, con movimientos cada vez más urgentes, la excitación dio paso al clímax…y éste a un orgasmo frenético, estertóreo, entre convulsiones y gemidos sin control…

Bir yanıt yazın

E-posta adresiniz yayınlanmayacak. Gerekli alanlar * ile işaretlenmişlerdir