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Por llegar antes de tiempo
Cuando estaba preparando mis cosas para salir de la oficina, me llamó Anita diciendo que estaba agotada después de un día muy pesado y me pidió si podía pasar a buscarla a la salida más tarde.
Ella terminaría a las ocho y me esperaría en la entrada del edificio.
Después de tomar un café para hacer tiempo, decidí ir al encuentro de mi adorada mujercita, para darle una sorpresa. La sorpresa la iba a tener yo.
Llegué al sexto piso, donde estaba ubicada la oficina de Anita, pero no pude encontrarla allí. Pregunté por ella a varios de los empleados, pero ninguno de ellos la había visto en la última hora.
Todos estaban yéndose en ese momento; pero alguien me sugirió que buscara a mi esposa en el octavo piso. Subí y comencé a recorrer los pasillos, pero todas las oficinas parecían estar vacías.
De repente me pareció oír unos gemidos ahogados detrás de una puerta.
Pensé que podía tratarse de mi esposa, pero al acercarme más, pude distinguir que se trataba de sonidos relacionados con el sexo…
Abrí la puerta muy despacio, con mucho cuidado para no hacer ruido.
Mis ojos se acostumbraron a la escasa luz que había allí adentro.
Mi dulce esposa estaba allí, reclinada sobre un escritorio con sus manos apoyadas sobre él. Mantenía el balance de su cuerpo con sus largas y torneadas piernas abiertas. Su falda estaba arrebujada en su cintura; pero, lo peor de toda esa escena, era un enorme hombre parado detrás de ella, con una gigantesca verga colgando fuera de sus pantalones.
Reconocí su uniforme, viendo que era uno de los guardias de seguridad del edificio. Estaba sosteniendo a mi esposa apoyando una pesada mano sobre la espalda de ella, para que Ana no pudiera levantarse del escritorio.
La otra mano se perdía entre los muslos abiertos de mi mujer; por lo menos, un par de sus gruesos dedos estaban explorando la estrecha vagina de mi delicada esposa.
Pude ver que sus dedos separaban los labios vaginales y entraban en su humedad. Ella suspiró y movió sus caderas al mismo ritmo que los dedos del hombre.
Un leve gemido escapó de su boca y entonces supe que el hombre había encontrado ese clítoris tan sensible. Seguramente ella esperaba el próximo paso, teniendo ahora su concha bien lubricada y dilatada.
De repente el hombre tomó a mi esposa por los cabellos y la hizo girar para enfrentarlo a él. Entonces hundió sus dedos pegajosos en la boca de mi mujercita, sonriendo mientras le decía que saboreara su propia esencia…
No pude ver la expresión en la cara de mi esposa, pero estaba seguro de que ella disfrutaba esa humillación a la que el guardia la sometía…
El hombre la hizo girar otra vez, apoyando sus tetas sobre la tabla de madera. Sus cuerpos se apartaron y entonces pude ver la verga de ese tipo que estaba punto de cogerse a mi delicada mujercita.
Era una pija enorme y bastante gruesa. Supe que Anita iba a sentir dolor si él no la trataba con gentileza. Ella le pidió que se colocara un preservativo; pero el hombre se largó a reír y respondió que le llenaría la concha de leche caliente y mi esposa iba a disfrutar de ello.
Apartó un poco más los pies de Ana, empujando con los suyos.
Después ella misma estiró su mano hacia atrás y tomó esa enorme verga para guiarla hacia sus labios vaginales abiertos e invitantes. Luego tomó una bocanada de aire y contuvo la respiración.
El hombre de repente se hundió en ella con una sola embestida, llegando hasta el fondo de esa estrecha vagina que yo tanto disfrutaba.
Ana gruñó, jadeó y aulló de dolor, inclinándose hacia adelante para facilitar la penetración. El guardia comenzó a cogerla sin piedad, mientras Anita empujaba su redondo culo contra el pubis de él…
Unos instantes después, pude ver que ella se acariciaba los labios vaginales con sus dedos. Sabía seguramente que ese tipo iba a acabar antes que ella; por eso usaba la estimulación manual.
El guardia era un hombre mayor, de casi sesenta años, pero con una tremenda histamina; no mostraba signos de cansancio…
El tipo sintió que mi esposa acababa de repente, cuando el cuerpo de Ana se tensó y aulló de placer mientras temblaba en su orgasmo.
Entonces comenzó a bombearla con todo, cada vez más duro.
De repente pareció alcanzar el clímax. Se arqueó, tomando a Anita por sus redondas caderas y se vació dentro de su dilatada vagina…
Luego colapsó sobre la espalda de mi esposa y se quedó encima de ella por unos instantes. Finalmente se incorporó, sacó su verga todavía tiesa y comenzó a vestirse, mirando a Ana, todavía inclinada sobre la mesa.
Le dijo que siempre era un gusto para él, cogerse semejante perra.
Después abrió otra puerta lateral y despareció de mi vista.
Anita permaneció unos instantes allí, reclinada con sus piernas abiertas. Una mezcla de fluidos salía de sus enrojecidos labios vaginales y se deslizaba entre sus muslos.
De repente se levantó y miró en todas direcciones. Yo sabía que necesitaba todavía más, porque no había quedado satisfecha con un solo orgasmo.
Se recostó de espaldas sobre un amplio sillón y abrió bien sus piernas. Lubricó un par de dedos con su propia saliva y los introdujo dentro de su muy dilatada vagina, tan profundo como pudo.
Cerré la puerta sin hacer ruido y me alejé despacio, mientras oía a mi esposa acabar a los gritos en medio del silencio de ese pasillo oscuro.
Bajé por las escaleras y unos minutos después reaparecí por el sexto piso. Allí encontré a mi adorada esposa, acomodando carpetas y papeles.
Mi dulce Ana sonrió y se arrojó a mis brazos.
Me dijo que era una suerte que yo hubiese llegado más temprano, porque se encontraba sola y aburrida…
Me imaginé que esa noche en nuestra cama ella no podría negarse a ser sodomizada; ya que su delicada concha estaría todavía enrojecida, inflamada y bien dolorida…
Ese hombre realmente se la había dejado bien arruinada…
También me prometí a mí mismo, que pasaría a buscar a mi dulce mujercita por su oficina al menos un par de veces por semana…