Otra vez Andrés en mi casa

Otra vez Andrés en mi casa
Unos días después de la salida de Anita a solas con el mecánico me encontraba en mi oficina; cuando el muy hijo de puta me llamó al celular, diciéndome que en ese preciso momento estaba gozando de mi esposa en nuestra casa y que me apurara a regresar si quería presenciar el espectáculo de una buena cogida.

No le creí nada y esta vez lo insulté, ya que mi calentura pasaba precisamente por estar presente mientras alguien cogía a Ana.
De todas maneras me apresuré en llegar a casa, comprobando que realmente decía la verdad.

El tipo estaba sentado en una silla del comedor, fumando uno de mis habanos favoritos, con los pantalones bajos y sus grandes manos sosteniendo a Anita por la cintura.

Tenía a mi esposa sentada a horcajadas sobre su vientre y la hacía subir y bajar sobre su endurecida verga, la cual se perdía hasta el fondo dentro de sus enrojecidos labios vaginales.

Ana estaba vestida solamente con una musculosa negra transparente pegada al cuerpo; la espalda arqueada hacia atrás, los ojos cerrados, iniciando un agudo y prolongado aullido de placer, señal inequívoca de que llegaba al orgasmo en ese preciso instante.

Eduardo también gritó fuerte y se contrajo, afirmando el cuerpo de Anita contra el suyo, mientras acababa y descargaba todo su semen dentro de ella.

Cuando se relajaron un poco, recién notaron mi presencia.
Ana se puso colorada y me pidió perdón, mientras salía corriendo hacia el baño. El hijo de puta del mecánico sonrió, diciendo:

“Vas a tener que disculparme; pero no te pude esperar…”
Volví a insultarlo, recordándole que yo debía estar presente.

Anita salió del baño, usando ahora unas sandalias de taco aguja que hacían resaltar sus hermosas piernas, vestida solamente con la misma camiseta negra casi transparente, que dejaba ver los pezones erectos de sus espectaculares tetas. La visión de su cuerpo me despertó una dolorosa erección, difícil de ocultar.

Ella enseguida lo notó, se acercó a mí contoneándose felinamente y se colgó de mi cuello, mordiéndome los labios en un beso de lengua bien profundo.
Luego me miró a los ojos provocativamente y se inclinó doblando la cintura, desabrochando mis pantalones y liberando mi dolorida verga, que enseguida saltó al encuentro de su boca.

Comenzó a chupármela de una manera increíble, nunca la había sentido así, tan sensual.
Eduardo sonreía de esa forma estúpida como siempre, mientras terminaba de fumar el habano.

Entonces se levantó acercándose a Ana, cuya posición le ofrecía una maravillosa vista de su hermosa y firme cola. Muy despacio fue enterrando otra vez su rígida pija entre los labios vaginales de mi mujercita, que gimió con un gesto de sorpresa ante esa invasión inesperada. Yo lo miré a los ojos con bronca, mientras mi mujercita se tragaba mi verga y recibía esos embates desde atrás…

Estuvo bombeándola durante un buen rato, mientras mi esposa me hacía acabar en su boca, tragándose toda mi leche sin derramar una gota. Luego me abrazó por la cintura mientras El mecánico la seguía embistiendo cada vez con más potencia, hasta provocarle al menos un par de silenciosos orgasmos; sólo evidentes por la manera en que temblaba al alcanzar cada uno de ellos. Mi amigo todavía continuó con su cadencioso ritmo por otro par de minutos, hasta que se arqueó y dio un grito gutural, dejándome saber que una vez más se había descargado dentro de la concha de Ana.

Se salió de ella y comenzó a vestirse, diciendo que no había quedado satisfecho con la conducta de Anita…
El tipo sentía que esta vez ella me había dedicado todo su goce a mí y me había provocado más placer que a él.

Le dije que si no le gustaba, podía ir a cogerse a la esposa de algún otro amigo, pero entonces se ofendió y se fue diciendo que “su putita” merecía ser castigada por su mal comportamiento y ya pensaría cómo hacerla escarmentar.

A Anita la excitó bastante escuchar esto último y yo sentí que mi verga volvía a endurecerse, así que cargué a mi entregada esposa sobre mis hombros y así subimos hasta nuestra habitación.
Allí la arrojé sobre la cama y la hice voltear boca abajo, abalanzándome sobre su cuerpo y aplastándola con mi peso. Le metí con violencia un dedo en el culo y gritó de dolor, intentó escaparse pero la inmovilicé, atándole las manos a la espalda con mi cinturón.

“Por la cola no, por favor… todavía me duele mucho y además… le pertenece a Eduardo… por favor, te lo suplico… no.”

Sus últimas palabras me enloquecieron totalmente, así que ya no importaban sus quejas ni ruegos, solamente quería maltratarla como hacían sus otros amantes.

La penetré de una sola vez con mucha violencia, sintiendo que mi verga se abría paso a través de su estrecho esfínter anal. A través de ese hermoso culo que tan pocas veces me había permitido disfrutar y que otros ya se lo habían roto con bastante frecuencia.

Estuve un buen rato bombeando con todas mis ganas, mientras Ana lloriqueaba, suplicaba y me insultaba, diciendo además que me amaba; pero decía que su culo le pertenecía a Eduardo.

Por fin sentí que me descargaba en su interior; fue una acabada espectacular; que me dejó exhausto sobre su espalda.

Anita se desprendió de mi abrazo y consiguió soltarse las ataduras; me insultó, para luego encerrarse en el baño por un largo rato.

Había cerrado mis ojos para relajarme; cuando sentí su suave cuerpo junto al mío. Comenzó besándome despacio el pecho hasta terminar lamiendo mi pija, que por supuesto enseguida estuvo lista para continuar la batalla.
Pero esta vez mi sensual mujercita pasó una pierna sobre mi cintura y se fue deslizando suavemente hasta que su cálida y húmeda concha se empaló en mi verga bien endurecida.

Mientras observaba a mi esposa balancearse buscando su propio orgasmo, me puse a pensar otra vez si todo esto era una calentura pasajera o se estaba convirtiendo en una terrible perversión que se nos iba definitivamente de las manos.

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