Entregando a Lorena 17

Entregando a Lorena 17
Entregando a Lorena 17

Carlos tardó un par de semanas en reaparecer. Mientras tanto Lorena se había calmado bastante, nuestras relaciones retomaron un ritmo más o menos normal, cogíamos casi todas las noches, pero ella seguía negándome su precioso y redondo culo, siempre diciendo que solamente era propiedad de ese hijo de puta de mi antiguo amigo.
Un sábado por la mañana mi dulce mujercita recibió un llamado suyo, pidiendo que esa noche fuéramos a su casa después de la cena, tenía una sorpresa para nosotros.
Lorena por supuesto estuvo excitada todo el día, pensando que iba a experimentar una buena sesión de sexo salvaje, vaya uno a saber con quiénes o con cuántos al mismo tiempo.
Antes de cenar se preparó con todo. Eligió un vestido corto de color verde oscuro, con un profundo escote delantero, pero que además le dejaba la espalda casi desnuda, hasta el borde de la cola. Por supuesto no iba a llevar bombacha y sus largas piernas se veían espectaculares gracias a unos zapatos de taco aguja muy altos. La pija se me endureció solamente con verla. Le pedí que no me dejara así de caliente, seguramente más tarde yo solamente sería testigo de cómo Carlos y sus amigotes la cogían sin que yo pudiera ni siquiera abrir la boca. Me ató las manos al respaldo de la silla, diciendo que no podría tocarla. Luego se alejó un poco al centro de la sala, hizo unos movimientos ondulantes con sus caderas que me terminaron de envergar al máximo y finalmente fue acercándose felinamente a mí.
Puso una pierna a cada lado de mi cintura y fue descendiendo muy despacio, mientras se aferraba a mi nuca con las dos manos y me sostenía la mirada, una tremenda mirada de puta en sus ojos.
Pude sentir sus labios vaginales rozando mi pija bien erecta, pero la muy turra subía y bajaba sin metérsela adentro… me hacía sufrir a lo loco, sentía que iba a explotar sin poder penetrarla. Finalmente hizo un movimiento distinto y se empaló hasta el fondo sobre mi verga. Gimió bien fuerte, hacía mucho tiempo que no la notaba tan caliente y excitada a mi dulce mujercita. Comenzó a balancearse y yo sentía que en cualquier momento iba a acabar dentro de ella, dentro de esa hermosa y caliente conchita.
Cuando estaba a punto de estallar en un orgasmo increíble, Lorena se levantó y se salió, poniéndose en cuclillas frente a mi pija bien tiesa. La engulló furiosamente y me dio la mejor chupada en años. Por supuesto acabé en su boca y se tragó toda mi leche. Me limpió la verga todavía endurecida y me dijo simplemente: “cochino”. Luego se encerró en el baño y se masturbó, jadeando bien fuerte para que no me quedaran dudas de lo que estaba haciendo. Me dejó maniatado a la silla un buen rato más, mientras se dedicaba a cocinar algo ligero.
Después de cenar nos dirigimos a la casa de Carlos, un lindo chalet de tres plantas cercano a nuestra casa. Fuimos caminando y no podía soportar las miradas que todos los tipos que nos cruzamos depositaban en Lorena, realmente estaba vestida como una puta y para incomodarme más todavía, bamboleaba sus caderas y la cola.
Había varios autos estacionados en la puerta de la casa de mi amigo. Nos recibió radiante de alegría, por supuesto manoseando a Lorena mientras me ignoraba por completo. En el salón encontré la primera sorpresa desagradable: uno de los invitados era Jorge, el carnicero, alguien que hacía bastante tiempo no se cogía a mi mujercita.
A los restantes no los conocía. Había un hombre mayor de aspecto poco amigable, un gigante de raza negra que solamente hablaba inglés y por último un tipo con aspecto de ratón, que se tocaba la entrepierna mientras miraba a Lorena.
Carlos hizo las presentaciones, aclaró que yo solamente observaría “la acción” y que naturalmente, él se reservaba el derecho del anfitrión de ser el primero en montar a mi tierna y apetecible esposa. Todos estuvieron de acuerdo, asintiendo cada palabra de mi amigo.
Lorena besó cariñosamente a Jorge, le tocó el enorme bulto que se adivinaba en la entrepierna y luego se acercó ronroneando a Carlos, quien la besó largamente mientras me miraba de reojo. Se desprendió del abrazo, se inclinó para rozar con su cola la bragueta de este hijo de puta y finalmente miró a todos a los ojos mientras se reclinaba apoyando los codos sobre la pesada mesa de algarrobo. Cerró sus bonitos ojos, mientras Carlos se ubicaba detrás de ella.
Por mi parte, sentía que otra noche de sufrimiento estaba comenzando, así que me senté en un rincón a degustar un cognac, mientras pensaba que nunca más podríamos salir de este espantoso círculo vicioso en el que habíamos entrado casi sin darnos cuenta.

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