La triste rutina matrimonial

La triste rutina matrimonial
Aquella noche de sábado no prometía nada que no fuese rutina. Después de la cena, con los niños ya recogidos, nos metimos en la cama dispuestos a terminar una película que habíamos comenzado a ver por la tarde.
Delys, mi esposa, se hallaba a mi lado en la cama, concentrada en la pantalla, desnuda y con su hermosa melena roja suelta sobre la almohada. Es una mujer de 41 años, grande, de voluminosos senos y trasero macizo. Relajados sobre las sábanas, terminamos de ver la película. Encendí una luz tenue y me incorporé sobre ella. A continuación, comencé a deslizar mis manos sobre su piel suave y cálida. La encontré dulce y receptiva, devolviéndome caricias y besos. En la penumbra de la habitación su sonrisa, sus rosados y apetecibles labios, me invitaban a continuar jugueteando con sus sublimes carnes.
Los besos se fueron tornando en suaves mordiscos al tiempo que mis caricias iban volviéndose cada vez más rudas. Su respiración se agitaba entre mis labios y sus manos iban de mi torso a mis hombros, de mis muslos a mis testículos. Agarre sus pechos con fuerza y pellizqué sus rosados pezones mientras sentía una deliciosa retahíla de quejidos y risitas que se deslizaban entre sus dientes y acariciaban mi tímpano trazando un placentero camino por toda mi espina dorsal. Tras unos instantes de apasionados morreos y reiterados magreos de culo y tetas, me lance a amasar y mordisquear las redondeces de su vientre. Un festín de turgencias y ternuras que se ofrecía lujurioso a mis manos ansiosas y mi ya babeante boca.

A esas alturas, Delys estaba ya visiblemente excitada y, acariciando mi erección, abrió sus piernas para ofrecerme el rosicler de su bonito y depilado coño. Me amorré de inmediato para oler esa penetrante y embriagadora fragancia que habitualmente desprende su flor y acto seguido comencé a libar el delicado néctar que me brindaba.
Delys comenzó a resoplar. Yo, completamente engorilado, me la devoraba ferozmente y aprovechaba para deslizar fugazmente mi lengua por los pliegues de su ojete, saboreando con desesperación todos y cada uno de los exquisitos manjares que su intimidad abergaba.
Toda cachonda y mojada, la cerdita me solicitaba con insistencia que le comiera el culo. Me incorporé y la agarré por la melena mordiendo sus labios.-¿te apetece que te de unos correazos?- le susurre al oído. De inmediato, su voluptuoso cuerpo acusó un pequeño espasmo mientras sus encendidas mejillas enmarcaban una sonrisa que no dejaba lugar a la duda.

Abandone el lecho, dejándola sobre él abierta y desnuda, y abriendo un cajón de la cómoda, tome uno de mis cinturones. Cuando me di la vuelta ya estaba ofreciéndome su culazo en pompa, mirándome de reojo con su preciosa naricilla pecosa y esa sonrisa que es la viva expresión del deseo.
No lo dude ni un instante, extendí el cinto y comencé a azotarla en el culo, los muslos y hasta en la planta de los pies. Su cuerpo se sacudía mientras yo la castigaba de forma cada vez más enérgica. Sus quejidos y risas se confundían mientras hundía la cara en la almohada para evitar que el escándalo fuese mayor.
Puse la mano sobre la enrojecida piel de su amplio trasero para comprobar el resultado de mi sádica labor. En efecto, tal y como esperaba, aquellas soberbias nalgas estaban ardiendo. Complacido, aunque furioso de deseo, solté el cinturón y la giré para enfrentar su hermoso rostro a mi cipote en completa erección. Sus labios se entreabrieron y pude vislumbrar la excitación dibujada en su semblante, mucho más propia de una zorra ansiosa por recibir su merecido que de una fiel esposa y madre de familia. Sin más preámbulos deslice mi polla entre sus labios y comencé a empujar rítmicamente. Su boca me acogió divinamente, húmeda, suave, cálida… las puertas del cielo se abrieron para mí. Voluntariosa, la bella Delys, mi amada esposa, abría las mandíbulas hasta casi desencajarlas, sin dejar de rodear mi polla con sus labios. Aquello me enardeció todavía más de lo que ya estaba. La tumbe sobre su espalda y me coloqué sobre su cara dispuesto a follarme aquella deliciosa boquita sin el menor miramiento. Ella, cachondisima por el maltrato, y completamente dispuesta para el sacrificio oral, se dejaba hacer.
Tuve varios climax follándome su cara, que controlé apretando mi zona perineal para no eyacular. Todavía no tenía la menor intención de acabar. Deslice mis dedos dentro de su húmedo potorro y pude comprobar con deleite las contracciones que sufría su vagina debido a las arcadas que mi polla provocaba al asomarse a su tráquea. Mis dedos, profundamente hundidos en su coño, acariciaban su punto G, hiperestimulado, prominente y abultado. Su excitación era tal que merecía la pena retirar mi pene de su boca solo para escuchar con mayor claridad la lujuriosa letanía de sus gemidos y lloriqueos mientras empapaba las sábanas con su esencia de mujer. En pleno éxtasis, acompañando a sus múltiples orgasmos, Delys retiraba mi mano de su coño para poder eyacular con mayor libertad. Aquel gesto provocaba en mí el irresistible impulso de palmear sus labios mayores, estimulando todavía más si cabe el chorreo compulsivo y recurrente de su tormenta vaginal.

Lejos de desfallecer, tras varias monumentales corridas Delys parecía cada vez mas fogosa. Me situé entre sus piernas abiertas colocando mi ereccion en la entrada de su túnel del amor. La miré a los ojos. Estaba preciosa, el rostro extasiado, casi infantil, las mejillas encendidas y las pupilas dilatadas y brillantes de deseo. Su coño hiperexcitado de tan irrigado, oponía una deliciosa resistencia a la entrada de mi miembro. La consistencia de mi polla se abrió paso a través de un agujero empapado, caliente y palpitante que ofrecía todos los encantos que una vagina puede ofrecer.
Comencé a cabalgarla sin piedad, chapoteando con mis muslos sobre las sábanas empapadas de sus jugos femeninos. Desde el inicio de la penetración el delirio se apoderó de ambos. Resollando como a****les, nos entregamos a un placer salvaje, básico, un éxtasis de carne, sudor y sexo. Con sus piernas sobre mis hombros y agarrándose las tetas resistia mis embites emitiendo sonidos guturales. Yo culeaba furioso y, poseido por un deseo malsano, mordia las tetazas que rebosando entre sus manos me ofrecía con lascivia.

Nuestros climax se iban sucediendo, poniendo a prueba mi control eyaculatorio. La puse a cuatro patas y me enfrenté a ese culo monumental. Mi cara se hundió entre sus nalgas y devoré esa delicia almizclada con total frenesí, jugueteando con mi lengua alrededor de tan encantador agujerito y deslizándola hacía su interior con todas las fuerzas de que disponía. Seguidamente la penetré con firmeza y acompañando los giros de mi pelvis con un suave masaje anal. La yema de mi pulgar insistía en entrar en su culo todavía húmedo de mi propia saliva. Aquel delicado ano no estaba acostumbrado a la penetración, ya que es una practica poco habitual en nuestras relaciones. Delys es una gran amante, pero cuando se trata de abrir el culo… Sin embargo, el vaivén y las rotaciones de mi pelvis acompañaban de forma acompasada los masajes circulares de mi pulgar, que paulatinamente y de forma inexorable iba ganando terreno en el interior de aquel deseado agujerito. Mientras disfrutábamos del coito doggy style, el ano de Delys se iba dilatando y acogía amorosamente la totalidad de mi dedo pulgar. -Voy a follarme tu culo- le avise. Su ano estaba tan receptivo que, en esta ocasión, no fué capaz de negarse. Tome un frasco de lubricante y embadurné con deleite el delicioso orificio metiendo y sacando mi dedo índice.
Arqueada, a cuatro patas, aguardaba mientras yo enfilaba mi polla erecta a la entrada de su templo del placer. Sin embargo enseguida noté que algo no funcionaba. La resistencia, me explicó, se debía a que dado el estado de dilatación y placer anal que sentía no descartaba la posibilidad de cagarse de gusto en forma literal. Comprensivo, con paciencia y mimo volví a penetrarla por la vagina y a masajear el ano con el pulgar. El dedo no tardo en volver a hundirse totalmente en su culo. Los orgasmos se sucedían y finalmente, Delys, tiró violentamente de mi mano para que retirara mi dedo y con un gemido suplicante pidió polla. Yo ya me encontraba en un estado febril, debido al prolongado polvo y la cantidad de estadios climáticos-orgásmicos, que había transitado sin permitirme una eyaculación. Mi nabo presentaba un estado de firmeza y tamaño ejemplares, y por fin ese deseado, estrecho aunque dilatado, culo se me ofrecía en todo su esplendor. Fui prudente, comencé a penetrarla suavemente, muy despacio. Aquel ano, tan suave como ardiente, me recibía con deleite. Seguí penetrándola de forma delicada, pero ella se impacientaba y sacudía su culo contra mi pelvis de manera que, progresivamente y de forma natural, mi polla se hallaba cada vez más dentro de su redondo culo, sin yo apenas moverme. Mi preciosa Zorradelys estaba en el séptimo cielo, ya no había resistencia y su apetitoso y elástico esfínter rodeaba mi polla y se contraía rítmicamente acompañando sus orgasmos. Comencé a follarme ese culote glotón sin miramientos, a toda máquina. Un reguero de sudor descendía por mis sienes salpicando su espalda con cada una de mis embestidas. Estuvimos un buen rato sudando, resoplando y gruñendo como a****les salvajes. Mi polla quemaba, escocía abrasada en el interior de su ardiente y energetizante agujero. Tras varios orgasmos me retiré de su culo por un instante. Mi polla continuaba bien dura, aunque en algún momento de delirio orgásmico, había derramado leche en el interior de aquel irresistible culo.
Volví a tentarla. Delys, sonriente, con el rostro radiante y la mirada encendida, se recostó sobre su costado y me ofreció de nuevo su fenomenal trasero para mi deleite personal. Inmediatamente me situé en posición de ataque, me agarre a esas caderas en forma de ánfora y di buena cuenta de ese culo. Con mi polla algo más desahogada por la pérdida de semen, pude disfrutar contemplando las expresiones de su rostro bello mientras disfrutaba de sus prolongados y consecutivos orgasmos anales. Finalmente la noté exhausta y me retiré con suavidad del interior de su acogedor agujero.

Nos acariciamos, nos besamos tiernamente y finalmente nos dirigimos a la ducha, risueños, sudorosos y un poco avergonzados por el jaleo que habíamos organizado y que bien seguro había perturbado la paz de más de un vecino.
¡Ah, si… la triste rutina matrimonial!

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