Desempolvando historias

Desempolvando historias
Tengo muy presente el día en que todo cambió en mi última relación. La única que he tenido, me obligo a precisar, si pretendo dar valor a mis palabras, para que este cuento no resulte un mero espectáculo de fuegos artificiales.

Desde el principio el sexo fue lo principal, lo que nos unió y lo que nos mantuvo. La conocí en una fiesta en donde sólo había mujeres. Más alta, cierta masculinidad en su rostro, una figura impresionante. Antes no eran tan frecuentes y menos en mi tierra cuerpazos así. De haber tenido unas buenas tetas, vamos, insuperable para la gran mayoría. Para mí no, que me gustan pequeñas. Yo siempre he preferido un culo a unas tetas, y el suyo era un diez, sin discusión alguna entre los notarios de culos. Se podía decir, de hecho me lo dije, que era mi tipo. Aunque yo para entonces hacía mucho que había dejado de creer en eso, debido principalmente a que mis relaciones más satisfactorias eran casi siempre con quienes menos satisfacían mis tendencias visuales.
Al lío.
Risas. Conexión absoluta a todos los niveles. Me ayudó bastante que viniera con compañía. Él era muy soso y el contraste de su ser con aquella abundancia de sexo femenino en ebullición, era demoledor.
No pasó nada hasta la semana siguiente.

Encontrarme es muy fácil. Voy siempre y con asiduidad al mismo bar, que está perfectamente situado a unos pasos de mi casa, en mi barrio de toda la vida. Típica Información de esas que sueltas y que ella manejó eficicientemente para aparecer el día perfecto, a la hora perfecta. Un martes a las cinco de la tarde.
El camarero colega de aquella temporada no daba crédito. Una tía buena, entrando al bar, con una sonrisa de oreja a oreja, que venía a verme, sin haber quedado. Ahí se ejerce de profesional de la barra. Se sirve, se calla y se aparta.

Seguro que hablamos alguna cosita más. No mucho porqué le gustaba ir el grano.
—Vives cerca.

Abrí la puerta de casa. Un gesto cotidiano que acabaría con la cotidianidad de mis días. Entramos en el primer cuarto, donde yo curraba. Estaba como un flan. La tenía a mis espaldas mientras hablaba de cosas de las que nunca hablo. Al girarme me abrazó por entero. Me metió la lengua en la boca y comenzó a besarme como nunca lo habían hecho. Su altura, su belleza y la fuerza de sus brazos la proclamaban sexualmente superior. Literalmente me inmovilizó contra la pared. Apenas unos segundos y ya me estaba metiendo mano. Me sobaba el paquete con la confianza y la seguridad de saber que lo esa bragueta escondía, era suyo. Y yo no quise darle ningún motivo de duda. Cuando se agachó para sacarme la polla, no os lo vais a creer, pensé en mi madre y en una de sus frases fetiche.
—Todo lo que sale en las películas porno, es de mentira.

A ella, todo eso del vicio, del morbo y de la perversión, le salía natural. Esparcía sexo en cada una de las cosas que hacía. Se preparaba un zumo y acababa con la bata abierta enseñando media teta, perfectamente acompasada al ronroneo del motor mientras leves gotas de zumo perlaban su piel como gotas de rocío. Y así, con todo. Tenía a mis colegas como borregos, a sus novias como pastoras de antaño y al vecindario revolucionado.
Conmigo descubrió las películas porno, la literatura erótica, la parafernalia. Pero todo lo accesorio no añadió nada a lo que ella llevaba de serie.
Hasta que empecé con los comics.
Nos creemos que sabemos algo de nuestras vidas, de nuestras relaciones. Que ordenamos las páginas de nuestro diario. Que propiciamos los giros de guion, los cambios de escena.
Yo que siempre he tenido una mente calenturienta, si se me hubiera pasado por la cabeza, de pura casualidad, lo que iba a significar comenzar a leer juntos una de aquellas historias. Lo hubiera metido en el saco de las paranoias y hubiera abierto el comic igual.

La conexión oculta que lo cambió todo, entre aquella profesora que reventaba la blusa y la falda, y que de lo buena que estaba, no había un jovencito que no se dejara zurrar con tal de verla en pelotas. Se había fraguado en los años de mi despertar sexual. Yo viví aquello con la naturalidad de quien nunca ha sido descubierto, pero en mí imaginario la batalla estaba ganada de antemano por el cuero, que molaba mucho más, y si algo me ha caracterizado desde niño es no hacerle ascos a nada y menos antes de probarlo.

No llevábamos cuatro páginas leídas en común, cuando la excelente maestra se puso un gran rabo entre las piernas, dispuesta a romperle el ojete a un destacado miembro de la comunidad escolar. Yo contaba la historia y pasaba las hojas despreocupadamente hasta que ella me impidió seguir. Quería recrearse en aquella magnífica ilustración en la que la señorita había metido su enorme rabo rugoso hasta los mismos cojones de plástico a aquel señor, que entre lágrimas de dolor se retorcía mientras que ella, en la misma acción, una de las grandezas del género, y tras una sonora bofetada, le recriminaba su patético pataleo.
—Se te está pasando algo por alto.

Me incorporé levemente y vi sus bragas bajadas hasta los tobillos, sus muslos empapados. Se estaba pajeando desde el principio.
—Recuerdas como sigue la historia.

Me puse en plan tontito. Tebeos que conforman una saga que se leen de adolescente. Una y otra vez. Con los que te haces pajas, patatín, patatán…

Muy seria me pidió que cerrara la boca.
—Quiero que tú, que eres el mejor contando las cosas, las que han pasado y las que no, me cuentes todo, todo, todo, lo que le sucede a esa mujer mientras me tocas el coño. Yo miraré los dibujos, las ilustraciones como dices tú. Estoy muy cachonda de una manera distinta, no sé. Te pido que te lo tomes muy en serio. Te he oído contar historias de todo tipo y eres el mejor. Hoy quiero que te superes.

Las siguientes dos horas fueron increíbles. Yo fui mezclando historias a medida que la excitación y el morbo crecían. Ella me pedía más y yo se lo daba. Esas historias formaron parte de mi vida, yo crecí con ellas y ellas conmigo. Las he revivido y repensado de todas maneras posibles. Y aquel fue el día en que tras dos horas ya superábamos cualquier límite de esos que nunca nos habíamos puesto. Probablemente por eso nos acercábamos a terrenos pantanosos donde parecíamos dispuestos a meternos hasta las trancas

La profesora reconvertida en directora de un reformatorio, ordenaba a sus perras guardianas gordas y sucias sujetar al típico listillo contestón. Ella peligrosamente situaba su coño encima de su cara, mientras le gritaba que si tenía tantos huevos que abriera la boca. Su espíritu rebelde no sirvió más que para facilitar la entrada de una gran meada en la boca del muchaco.
Entonces pasó algo por primera vez. Se corrió otra vez salvajemente, ya llevaba varias. Pero en vez de parame para luego iniciar de nuevo el camino, despacito, me gritó que continuara. Y le vino otro y otro, y empezó a insultarme igual que la protagonista del comic. De repente me agarro como una bestia de las pelotas y de la polla, dándose cuenta que se había olvidado de ellas por completo. Al ver que yo estaba a punto de correrme aun apretó más y cuando noto mi corrida caliente en su mano, liberó mi entrepierna con el único objeto de poder arrearme con la mano abierta, mientras que de su interior un maremoto de proporciones colosales lo inundó todo con la fuerza de un volcán. Yo no sé cuanto duró aquello, se que parecía que salíamos de la ducha y no precisamente por limpios.

El silencio fue aplastante. Aquellos pisos en los que si te echabas un p**o como dios manda lo oían los del otro portal, había que tener muy presenta que nos habían oído todo al menos durante hora y media. Parecía que un sentimiento de vergüenza comenzaba a florecer, pero las risas generadas por el recuerdo de la riada colosal, acontecimiento que al igual que el de los múltiples orgasmos, nunca habíamos disfrurado, lo acalló todo.

Por unos instantes la debilidad y la necesidad de protección también se asomaron a la entrada de la habitación.
—Nunca, nadie, ni de cerca, me ha hecho sentir tanto placer. Me ha llevado tan lejos. Ahora mismo soy otra persona. No sé hacia donde nos va a llevar esto. Ahora mismo casi me siento asustada.
—Tómatelo como hacía yo cuando me comencé a leerlos y el sentimiento de culpa era atroz, como si fuera una ficción más dentro de aquellas tapas. Un lugar en el que no debes estar, pero en el que ya llevas mucho tiempo. Nunca te lo he contado pero la primera vez que tuve uno de estos comics entre mis manos fue toda una experiencia. Entre el trauma y el descubrimiento del placer a lo grande.

—Me parece que hay muchas cosas que nunca más has contado.

Un sentimiento profundamente liberador me empapó al igual que el orgasmo anterior lo había empapado todo. Cuando pasé a ser un adulto, el peso en la conciencia de una adolescencia completamente amoral, en la que solo buscaba, en la que solo me importaba la autosatisfacción me aplastaba y no me dejaba avanzar. Aquello fueron unos cuantos meses malos. Viví mi primer amor y yo era el malvado respecto a todo lo demás. Aquello acabó muy pronto y me ayudó a perdonármelo todo. Hoy la vida me ponía delante la oportunidad de volver hacer de todo aquello un tebeo, una historieta, un cuento para sentirme más cerca y unido a la única persona a la que realmente amaba.

Volvía a sentirme como un adolescente. Volvía a olvidarme de todo lo demás.

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