Ana y los muchachos de la mudanza

Ana y los muchachos de la mudanza
Unos meses después de casados, por fin pudimos mudarnos con Ana a una casa más amplia y cómoda en la zona suburbana.

Mi esposa llamó a una compañía de mudanzas para que acarrearan toda la casa entera de un lado a otro. Por la tarde temprano, un enorme camión llegó a la puerta y tres jóvenes musculosos comenzaron a cargar todo…

Finalmente llevamos las cosas a la nueva casa y por dos horas estuvimos revolviendo todo hasta que cada mueble estuvo casi en su lugar.

Ana me preguntó entonces si yo podía ir a buscar clavos a una ferretería, para colgar algunas cosas en las paredes. Ella mientras tanto, se sentó a conversar en el living con los tres hombres…

Antes de llegar a la ferretería, me di cuenta de que había olvidado mi billetera en casa; así que regresé lo más presuroso posible.
Al entrar al jardín, pude escuchar desde afuera unos gruñidos y gemidos.
Me asomé a la ventana del living y entonces me encontré un espectáculo que realmente no esperaba.

Dos de los hombres de la mudanza estaban sentados en el sofá con los pantalones a la altura de los tobillos.
Mi esposa estaba completamente desnuda; a cuatro patas frente a ellos, lamiendo por turnos esas enormes vergas que ambos cargaban.
El tercero se masajeaba su pija mientras observaba el espectáculo…

De pronto ese tercer tipo se levantó y dejó sus pantalones en el suelo. Se acercó por detrás a mi esposa y se arrodilló a sus espaldas. Abrió con sus dedos los labios vaginales de Ana y silbó con un gesto de admiración; diciendo a sus amigos que había encontrado una concha bien apretada…

Los tres rieron, pero entonces Mauricio, que era el tercero, guió su endurecida verga hacia esa invitante y húmeda abertura…

El muy hijo de puta la penetró y tomó las caderas de Ana, comenzando a bombearla con dureza, mientras ella seguía ocupada alternando su boca entre las vergas de los otros dos tipos.

“Te gusta cómo te coge mi amigo, perra…?” Le preguntó uno de ellos.
Ana no podía ni quería sacarse esa verga enorme de la boca para contestar, así que asintió con la cabeza.
De repente Mauricio la tomó por los cabellos y le llevó la cabeza hacia atrás, obligándola a mirar a sus dos amigos mientras la cogía salvajemente como a una perra.
Ana gemía y trataba de debatirse; pero Mauricio la tenía bien sujeta y con cada embestida se hundía más y más profundo en su afiebrada vagina.

El tipo de repente aulló y se quedó quieto, mientras ciertos temblores de su cadera me indicaban que había acabado dentro de mi esposa.
Enseguida sacó su pija chorreante de semen y le cedió su lugar a Charlie, otro de sus compañeros.

Charlie se quejó porque la concha de mi esposa rebosaba de leche: entonces dijo que probaría por el culo de Ana. Ella giró la cabeza y dijo:

“Por el culo no, por favor… la tuya es más grande…” Suplicó al chico.

“Entonces te va a doler un poco más… y eso me gusta, perra…”

Respondió Charlie riéndose a carcajadas, mientras la tomaba con firmeza por la cintura, inmovilizando a mi delicada esposa. No perdió tiempo. Enseguida la boca de Anita se abrió para dejar escapar un lastimero y agudo alarido, al sentir que esa gruesa verga comenzaba a invadir su ano.

Unos instantes después Ana comenzó a gemir de placer mientras continuaba chupando la verga de Sebastián, el otro pibe que todavía no la había cogido. Pero de repente se sacó esa pija de la boca y dejó escapar un interminable rugido gutural, señal de que había tenido un orgasmo brutal mientras la sodomizaban.

Eso pareció excitar un poco más a Charlie; que comenzó a moverse y a bombear con mayor urgencia hasta que tensó su espalda y gruñó mientras le llenaba el culo de leche a mi mujercita…
Anita continuó temblando sin control, sintiendo todavía los efectos de su propio orgasmo. Era el turno ahora de Sebastián, quien tenía la pija más gruesa de los tres…

Ana se puso de pie y les dijo que quería estrenar el dormitorio de la casa nueva con ellos. Yo me moví en silencio hacia el patio trasero, para asomarme por la ventana de nuestra habitación.

Ana subió a la cama, a nuestra cama… y se colocó a cuatro patas.
Sebastián se ubicó detrás de ella, entre sus muslos abiertos, mientras sus colegas se sentaban en sillas cercanas.

El chico sonrió a sus amigos y se acercó a los firmes cachetes de mi esposa, golpeándole los labios vaginales con la punta de su poronga.

Le jaló los cabellos y la obligó a levantar la cabeza para decirle a la cara:

“Ahora vas a saber cómo coge un macho verdadero…”

Sus dos amigos se rieron a carcajadas; pero Ana comenzó a lloriquear, al sentir que esa cosa tremenda empezaba a abrirse paso en su cuerpo.
Desde mi lugar solamente podía ver el rostro desencajado de mi esposa. Luego me di cuenta de que ese turro la estaba sodomizando con semejante pedazo de verga.

Les pidió a sus amigos que mantuvieran ocupada la boca de mi esposa para que ella no gritara tanto. Los dos se levantaron al mismo tiempo y obligaron a Anita a comerse las dos vergas juntas.

Pronto Sebastián acabó en el ano de mi delicada esposa, que cayó rendida hacia adelante apenas el chico le soltó las caderas.

Mauricio anunció que probaría una segunda vuelta con mi mujercita; pero esta vez también sería una sacudida anal.

“Después de todo, soy el único que no ha probado ese culito…”

Dijo sonriendo, mientras se masajeaba la verga tratando de ponerla dura.
Después montó sobre Ana y la tomó por la cintura. Con mucha facilidad deslizó su endurecida pija en el ano de mi esposa. Ella gritó de dolor al sentirlo. Pero Mauricio le azotó las nalgas, diciendo:

“No grites tanto, puta… te encanta que te rompan el culo, verdad…?
Repitió la pregunta, hasta que Ana abrió sus ojos y musitó un débil “sí”.

“El cornudo de tu marido te da así por el orto…?” Insistió Mauricio.

“No…” Gritó Ana a todo pulmón, mientras el pibe le taladraba el culo.

De repente pude ver que Anita tensaba su espalda y comenzaba a temblar; era una clara señal de estar teniendo otro de sus infernales orgasmos.
Abrió la boca y esta vez un alarido interminable llenó toda la casa, mientras su cuerpo se agitaba sin control, con esa verga enorme enterrada en el fondo de su culo.

Segundos después Mauricio por fin también acabó dentro de ella.

Sus dos amigos volvieron a acercarse y tomaron turnos para coger otra vez el ahora dilatado y rebosante ano de mi esposa. Ella ya no oponía ninguna resistencia; todo lo contrario; la misma Ana se hacía empalar por el culo…
Después de dos horas sin tomarse respiro, ella misma los detuvo, diciéndoles que ya no podía aguantar más.

Los tres tipos se vistieron mientras Ana se encerraba en el baño.

Yo esperé otros diez minutos y después entré por la puerta principal.
Los tres turros estaban sentados en el comedor, poniendo sus mejores caras de chicos inocentes. Se pusieron de pie y me tendieron una mano sonriendo, al tiempo que me decían:

“Muy bien, Víctor, estamos un poco agotados, ya nos vamos…”

Los acompañé hasta la puerta y regresé a la cocina, donde estaba Ana.
Todavía le temblaban las piernas después de semejante sesión de sexo.

Mi esposa se asomó por la ventana y despidió a sus nuevos amigos:

“Gracias por todo. Los llamaremos cuando necesitemos una “movida”…”

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