Helena y la esposa del contador

Helena y la esposa del contador
Helena y la esposa del contador

Helena lucía de manera increíble durante esa noche en la fiesta de Fin de Año. Iba del brazo de Jorge, pero todos los hombres presentes la desnudaban con la mirada. Se había decidido por un vestido negro corto, casi hasta la rodilla, con un espectacular tajo en un costado por donde se asomaban sus increíbles piernas, bien torneadas gracias a unas sandalias de taco alto. Un escote en la espalda hasta el nacimiento de la cola daba el toque final que atraía todas las miradas, incluyendo las de otras esposas que querían asesinarla frente a la embobada expresión de sus maridos.

Víctor me susurró en broma. “cuándo vas a dejar que me acerque un poco a tu amiga??”. Ni se me ocurrió decirle que ella más de una vez me había propuesto un trío incluyéndolo a él. Nos acercamos a saludarnos y casi enseguida nuestros apuestos mariditos se mezclaron con gente desconocida a discutir sobre negocios y política.

La reunión era en la misma mansión enorme donde nuestro jefe se había cogido a Helena, como condición para otorgarnos a ambas un aumento de sueldo.

A nosotras se nos cruzó la esposa del contador, esa veterana morocha interesante a la cual le teníamos ganas, pero nos daba la impresión de que no nos llevaría demasiado el apunte. Se la veía demasiado heterosexual nomás. Sin embargo Helenita no iba a darse por vencida tan fácilmente. Le tenía muchas ganas y la idea de tener sexo con ella ya se le había metido bien adentro de la cabeza.

Mientras tanto la fiesta se iba poniendo un poco aburrida, a pesar de las actuaciones de grupos musicales y del baile general. En un momento apareció junto a nosotras la esposa del contador y se acercó al oído de Helena, pidiéndole que la acompañáramos. Toda una sorpresa y un misterio a la vez… sentía que mi concha empezaba a titilar.

Cecilia, que así se llama esta hermosa mujer, nos hizo atravesar el salón principal mientras la seguíamos y disfrutábamos desde atrás el contoneo de sus redondas y suaves caderas, enfundadas en un vestido de satén que le quedaba espectacular.

Subimos al primer piso y seguimos a Cecilia hasta una habitación que me resultaba conocida: tenía en la mente la imagen de Helena boca abajo enculada por nuestro jefe en ese mismo lugar. Adentro estaba esperándonos su marido, muy cómodamente sentado en el mismo sillón donde habíamos estado con el Licenciado Ferro.

Nos miró de arriba abajo diciendo: “Señoras mías, voy directamente al punto, esperando no ofenderlas ni m*****arlas. Mi esposa Cecilia y yo practicamos el intercambio de parejas y ella cree que ustedes han cultivado algo mucho más íntimo que una simple amistad de oficina, por lo tanto, si nos permiten, nos encantaría compartir con ustedes esa amistad.
Helena suspiró encantada ante la perspectiva de poder gozar del cuerpo de Cecilia, pero entonces miró seriamente al hombre diciéndole: “el único problema es que a ambas nos agrada mucho su esposa, pero Ana solamente tiene sexo con su esposo o con otras mujeres. Eso lo excluye a usted, Licenciado”.

El hombre ya esperaba esa respuesta, porque no demostró contrariedad, sino simplemente respondió: “entonces Ana podría dedicarse a mi esposa y yo debería conformarme con usted, Helena, no le parece un trato justo?”.

A Helena le parecía bien, dentro de todo, el Licenciado era un cincuentón bastante apuesto, agradable y hasta simpático, aunque generalmente se lo veía muy serio y enfrascado en sus asuntos. Pero físicamente no era desagradable, se notaba que se esforzaba en un gimnasio para mantenerse en forma y evidentemente tenía buen sexo con su apetecible mujercita, por lo tanto, seguramente era un buen amante.

Mientras repartíamos los roles, la sensual Cecilia ya había dejado caer su vestido al suelo, exhibiendo su cuerpo perfectamente modelado gracias a la dieta y gimnasia. Era realmente escultural tratándose de una mujer que rozaba los cincuenta años. Sus tetas eran naturales, no demasiado grandes pero bien turgentes y firmes, lo mismo que sus caderas, suaves y bien redondeadas. El trasero se veía también muy firme, la piel sedosa, delicadamente bronceada, tenía aroma a mujer, algo realmente excitante.

Helena también se desnudó en apenas segundos y me besó largamente, para susurrarme al oído si yo podía hacer algo con el Licenciado, mientras ella preparaba a Cecilia para que luego la disfrutara yo.

Me acerqué entonces al esposo, que seguía sentado en el sillón y le dije que le iba a aliviar un poco la calentura, pero utilizando solamente mis manos. Hice que se recostara un poco más todavía y entonces sin dejar de mirarlo a los ojos me quité la tanga con unos movimientos muy sensuales, para entonces sentarme a horcajadas sobre su estómago, dándole la espalda. Antes de abrir la bragueta de su pantalón noté que ya tenía un bulto bastante grande y efectivamente, metí una mano y encontré una verga masiva, dura, pulsante… hermosa. En una mesa cercana había gel lubricante y condones, así que le coloqué uno a esa poderosa cosa y lo embadurné bastante. Comencé a acariciarlo con mis manos, mientras oía los suaves suspiros del Licenciado a mis espaldas.
Frente a mí tenía otro espectáculo: Helena y Cecilia en la alfombra haciendo un sesenta y nueve, gimiendo las dos a coro mientras se lamían sus húmedas conchitas.

Por mi parte sentía que mi propia concha comenzaba a titilar un poco, señal de que me estaba calentando mal. La poronga seguía bien endurecida entre mis manos, preguntándome yo misma si podría aguantar la tentación de metérmela hasta el fondo y hacerme coger por este tipo como una buena perra calentona. La respuesta llegó sola. De repente las manos del hombre aferraron mis caderas y me levantaron en el aire, para sentir entonces que algo duro, frío y resbaladizo se abría paso a través de mi estrecho orificio anal. Giré la cabeza para ver que el Licenciado me estaba metiendo un largo tubo de aluminio, que reconocí como el estuche de un habano. Lo había lubricado con gel, así que se deslizaba sin dificultad dentro de mi delicado culo. Quise levantarme para evitar que mi calentura fuera aumentando, pero el tipo me sujetó bien fuerte y continuó penetrándome con esa cosa, que a esta altura ya me estaba produciendo una excitación fuera de lo común. Mi vagina comenzaba a humedecerse y en pocos minutos experimenté un orgasmo anal, temblando en silencio, haciendo un gran esfuerzo para que el hombre no lo notara.

En ese mismo instante Cecilia comenzó a jadear más fuerte y pronto acabó en un ruidoso orgasmo entre los labios de Helena. Sus cuerpos se relajaron un poco y mi amiga me preguntó si ya estaba lista para disfrutar de Cecilia. Se largó a reír cuando se dio cuenta de que yo había acabado en manos del contador, pero no dijo nada.

El hombre mientras me acariciaba el culo, preguntándome si me había gustado. Antes de que pudiera responderle su celular sonó. Lo atendió con un gesto de contrariedad y enseguida me hizo levantar, porque debía irse. Se acomodó sus ropas, beso tiernamente a su esposa y se despidió diciendo que lo había pasado muy bien y que Cecilia se quedaría un rato más con nosotras.

Helena me colocó un arnés con una verga de silicona ya bien lubricada y luego hizo que la morocha veterana se reclinara sobre una mesa, apoyando sus lindas tetas contra la madera. Me ofreció sus redondas nalgas, para que eligiera por cuál de sus agujeros le metería esa cosa. Me decidí por la vagina, cuyos labios se veían bastante dilatados y enrojecidos por la acción de mi amiga.

La mujer gimió bajo mi peso cuando me impulsé hacia adelante y la penetré en una furiosa estocada, sintiendo que llegaba hasta el fondo de su vagina con esa poderosa verga. Helena se ubicó delante de ella y le comió la boca mientras le acariciaba todo el cuerpo.

Cecilia no resistió demasiado tiempo mis embates. En pocos minutos aulló como poseída, pidiendo más y más, para acabar en un violento orgasmo. Sus flujos comenzaron a caer por sus torneadas piernas. Yo le saqué la verga de silicona y Helena entonces se arrodilló detrás de ella, lamiendo su ahora dilatada conchita.

Descansamos un rato y decidimos regresar al salón principal, hacía rato que faltábamos y nuestros esposos podrían estar buscándonos. Nos despedimos de Cecilia a los besos, prometiendo reunirnos en nuestro departamento de solteras algún día.

Nuestros mariditos ni habían notado nuestra ausencia, se los veía a ambos conversando muy entusiasmados con un par de pendejas de Legales, dos nenas bastante calientes por cierto.
Helena me guiñó un ojo diciendo: “los dejamos creer que se las levantaron ellos, después se las sacamos de las manos y los dejamos bien calentitos…”

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